Cada cual tiene sus rarezas, en mayo pienso en los caracoles que, además de pausados, no tienen gran recorrido dependiendo del lugar donde uno se encuentre. Pienso en ellos como un placer lento aunque no individual, por mucho que no sea ampliamente compartido en función de las circunstancias y la latitud. Los caracoles por regla general gustan en Cataluña, Aragón y en el Levante, y en algunos otros lugares también se comen aunque algo emponzoñados por salsas de tomate y variedad de picantes como en Cantabria, La Rioja o Andalucía. En esos casos prefiero pasar de ellos.
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