A los 20 años Xavi Martínez fue internado en un convento en la localidad cántabra de Ruiloba. Le raparon el pelo y le prohibieron usar pantalones pitillo porque «iba provocando». Sus compañeros eran otros chicos y chicas, también muy jóvenes. Les prometieron que allí podrían «curarles» la homosexualidad. Ansiolíticos, antidepresivos, inhibidores de la libido… Eran ‘zombies’ empastillados. Sesiones de ‘terapia’ de conversión sexual por las tardes, trabajo físico y rezo por la mañana. Los hombres al campo, a jugar a fútbol, a hacer boxeo. Las mujeres a «sus labores». La vida de Xavi fue moldeada y manipulada para marcarle como un pecador y un enfermo. Para que él mismo creyera que era una especie de adicto. El internamiento duró 6 meses, las terapias de conversión sexual las estuvo sufriendo 5 años. Hoy, tiempo después de haber salido de aquel infierno terrenal, se ha atrevido a poner una querella a sus torturadores: «Hay que pararles los pies».

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