Mi abuela Dolores –Mamina, para la familia– era sorda. Mi madre, Eloína, también lo fue. Yo mismo soy sordo. Desde niño, he vivido entre sonotones, audífonos y conversaciones a grito pelado. En la mesa, era habitual que mi padre, mi hermano y yo gastáramos bromas a costa de la falta de oído de mi madre y de las continuas confusiones y malentendidos –muchas veces graciosos– que tal discapacidad provocaba. Hoy, son mis hijos los que se ríen a costa de mis jocosos equívocos cuando intento seguir una conversación.

Publicado enOtros Última Hora