El 1 de abril, el día que cumplirá 37 años, el artista Abel Azcona se va a encontrar por vez primera con su madre cara a cara. A su alrededor habrá unas 400 personas. Será en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. No será una performance artística más. Tampoco será un reencuentro cualquiera: Abel tendrá enfrente a Isabel Gómez Aranda, la mujer que intentó abortar tres veces aquel feto que crecía en sus entrañas bañadas por la heroína, la sustancia que la llevó a prostituirse desde Pamplona a la capital. Isabel, que tenía 18 años, dio a luz en una clínica de la calle Montesa y abandonó a un bebé que, con menos de cuatro años, sufriría abusos sexuales; de adolescente viviría en la calle y también se drogaría y prostituiría. Parecía condenado a repetir el mismo ciclo letal. Sin embargo, al convertirse en un adulto, Azcona obró un desgarrador salto mortal: transformó su autobiografía tatuada de dolores y desequilibrios mentales en una denuncia artística contra la violencia que lo partió en dos a él y que sigue partiendo a mujeres y niños. Con la exposición de todo ese material sangrante ha construido una forma personal de sanación, pero también una carrera de proyección internacional en el ámbito de la performance: Marina Abramovich, la reina indiscutible del género, premio “Princesa”de las Artes, se ha convertido en una de sus madres artísticas.

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