Ha llovido de una manera desaforada sobre la Península durante los últimos tiempos. El agua cayó como nunca lo había hecho, los ríos se desbordaron y los torrentes inundaron las planicies y, muy especialmente, destruyeron a su paso todas las construcciones que estaban donde no debían. Cuando el agua cae de esta forma y con esta intensidad, deja un rastro desolador en las tierras y en las personas. Pero la lluvia llena los pantanos y asegura nuestra vida en periodos de sequía. El mal y el bien van de la mano y se suceden alternativamente en nuestras vidas.
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