Las otras historias de ultramar

Rechacé sentarme en el sofá de una ruinosa pero aparente casa enfrente de la catedral de La Habana por las enormes cucarachas que recorrían su tapicería. Y lo mismo hice con un zumo de color sospechoso que me ofrecía con amabilidad el matrimonio de asturianos de segunda o tercera generación que allí residían. Ambos gestos los traté de hacer con discreción, pero algo debieron de notar cuando la anciana me soltó: «no piense que hemos vivido siempre en estas condiciones». Situación parecida me sucedió al salir de una iglesia en Mayagüez, donde otra mujer me agradeció la limosna, sobre todo por haber ocultado el billete en la palma de mi mano antes de estrecharla con la de ella: «gracias por su delicadeza», me dijo mirándome a los ojos.