Abdoul Kerim tiene al principio una mirada esquiva, de desconfianza. Tiene 26 años y vive en el colegio San José de Sotrondio, en San Martín del Rey Aurelio, reconvertido en octubre de 2023 en centro temporal de acogida de migrantes. Es de Mauritania y hace un año se echó al mar para huir de la esclavitud. Lo dice con todas las letras «yo era esclavo». Repite una y otra vez que en su país hay «mucho racismo». Los blancos tienen el poder y él tenía que limpiar piscinas. «No dormía, no comía, no me pagaban, nada, era un esclavo», insiste. No es una forma de hablar o de resumir una más que precaria condición de vida. Es la realidad. En el mundo aún hay esclavos, gente retenida que trabaja Mauritania, el último país del mundo en ilegalizar la esclavitud; lo hizo en 1981 pero esa ley no fue demasiado efectiva y se ha ido revisando con el paso de los años sin poder atajar la barbarie.

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